lunes, 8 de febrero de 2010

Un pequeño fragmento de la novela "Réquiem para un Ángel"

En este fin de semana, mi mente no pudo maquilar algún cuento o relato corto, pero les quiero platicar de una novela que leí el año pasado, se llama "Réquien para un Ángel" escrita por Jorge F. Hernandez, editado por Alfaguara.
Réquiem para un Ángel es una novela sobre y escrita en la Ciudad de México, donde encontramos relatos a veces ficticios y otros no tanto. El móvil principal de la novela son las vivencias que va arrastrando "Ángel Anáhuac" al ser el "Exterminador de todas las impurezas, y enfrentar una catástrofe total que amontona incansablemente ruina sobre ruina". Réquiem para un Ángel la considero el retrato hablado de la actual Ciudad de México, donde lo cotidiano y lo no tan cotidiano se conjugan, formando un resumen breve de lo que hoy tenemos como casa (para la mayoría) y escuela (para otros tantos...)
Una "tesis" interesante que toca el autor en la novela es "la Ciudad de México" como un "ser andrógino". Éste hecho queda más que manifiesto (a mi parecer, debo aclarar que no soy un experto en destripar la literatura al 100%) en el final de la novela. Ángel Anahua, "nuestro ángel exterminador" termina cambiando de sexo, "sin que nadie pregunte tu nombre para que sólo tú sepas que te llamas desde hoy, Emperatriz de todas las Estrellas, Ángela Anáhauc, Angelanahuac..."
El final, agresivo y genial no me lo esperaba, y el tema de lo andrógino lo toma en una vivencia que tiene nuestro ángel en una aula de la facultad de psicología. Dejo el fragmento y para motivar a mis queridos lectores que compren o consigan "Réquiem para un Ángel", entre cada capitulo el autor coloca frases y poemas sobre la Ciudad de México de autores como Octavio Paz, José Emilio Pacheco, Juan Villoro y por supuesto Carlos Fuentes, entre otros.

Trece

E
l doctor Ramiro Olivar del Conde no podría asegurar que se sabe de memoria los rostros y nombres de todos los alumnos que le siguen fielmente, semestre a semestre, su cátedra freudiana, ecléctica y existencial desde hace ya cincuenta años. Más que emérito catedrático de la máxima casa de estudios, el doctor Olivar del Conde se concentra en la exposición -Dos veces por semana- de los mejores frutos analíticos surgidos de su intelecto y jamás por el tedio burocrático de tomar listas, cumplir con el programa o aprenderse los nombres. Es lógico: en promedio, la clase de Olivar del Conde recibe entre ochenta y ciento veinte alumnos inscritos formalmente y alrededor de sesenta oyentes que se saltan olímpicamente la matrícula, semestre a semestre, con la ya muy sabida ventaja de que el viejo profesor otorgará los créditos como quien regala pases de abordar en la escalinata de un crucero. Pero que no se diga aquí que el doctor Olivar del Conde es el profesro más barco del sistema universitario, aunque sus alumnos acostumbren decir que "estan a bordo" en su clase, en vez de presumir que la cursan y pretenden aprobarla.

Para apoyo logístico y práctico ante todos los despistes académicos del doctor Olivar del Conde, la Facultad de Psicología tuvo a bien habilitar desde hace un lustro a la doctora Esperanza del Carmen como profesora adjunta. Es ella, en realidad, la que se encarga del papeleo, de conformar un sistema digno de calificación y, para efectos de estas páginas, más o menos memorizar quiénes son realemente alumnos inscritos u oyentes asiduos, y así mitigar la malsana costumbre de vededores ambulantes, dealers de psicotrópicos baratos, agiotistas de bajo calibre, ociosos, facinerosos y güevones de todo tipo que tradicionalmente han encontrado refugio, solaz o santuario para sus sueños trastocados en aulas donde se imparten multitudinarias cátedras de infinito tedio. Escudados en que la mayéutica del doctor Olivar del Conde no permite la participación abierta de todos los alumnos (recurso pedagígico por demás imposible, tratándose de un aula que más parece un pequeño estadio de balonmano), el ancho grupo de colados sabe que durante dos o dos horas y media, dos veces a la semana, se pueden apoltronar en la comodidad edípica de una banca, reconciliarse con preciosas horas de sueño (ronquidos incluso) y estirar las cansadas piernas, sin que el profe repare jamás en su desatención , pero para eso esta la doctora del Carmen. Es ella quien llama la atención de los sonámbulos y quien pugna por un mínimo de atención y de respeto. Sobre todo cuando Olivar del Conde anda inspirado y recorre la tarima como un sabio sin toga, las manos elocuentes, la mirada fija en el horizonte del saber y la voz modulada de un verdadero parlamentario del psicoanálisis.

Queda claro que el doctor Ramiro Olivar del Conde no podría ni asegurar ni negar la recurrente presencia de Ángel Anáhuac en sus cátedras y lo más seguro es que de pedirle un retrato hablado del fantasma alado, el doctor Olivar del Conde describiría a un sujeto perfectamente confundible con una tipología promedio de sus alumnos, donde la edad del individuo no importa (debido a la conjugación constante de generaciones intercaladas), donde la estructura ósea, pigmentación de piel, brillo, forma y color del pelo no presentan variaciones significativas. Además, desde la estatura de su cátedra, a Olivar del Conde le parece que lleva cincuenta años dirigiendose al mismo grupo de alumnos. Desde su hipnótico ir y venir en la tarima ha visto siempre los mismos pares de cientos de ojos (la mayoria entreabiertos y catatónicos) y, si acaso, variables en los colores y formas de sus vestimentas, quiza por ello el doctor Olivar del Conde no podría confirmar en estos parrafos ninguna reacción o actitud manifiesta de Ángel Anáhuac durante el fructífero semestre en que el verdadero parlamentario del psicoanálisis abordó con ingenio el tema "La ciudad en el diván".

De acuerdo con los apuntes del alumno Federico Zacatenco (de los raros inscritos y preocupados por ganarse los creditos a ley), ese semestre y, en particular, cada una de las cátedras de Olivar del Conde dieron (por lo menos para él) un verdadero festín de saberes, una real inmersión en la psique colectiva de la ciudad más grande del mundo y un verdemécum de citas literarias, referencias clínicas, metáforas antrecruzadas y diagnosticos precisos que (por lo menos para él) no sólo perfilaban fielmente la esquizofrenia colectiva que padecen todos lo habitantes de la Ciudad de México, sino que era "la mejor tomografía de DeFe... el retrato complejo de nustras neurosis compartidas... el aliento más confiable para estar siempre en pie de lucha por el saneamiento de nuestra hábitat", etc. Según Clara Terremotes, ese semestre fue "una locura delirante... pero deliciosa".....

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Más o menos, así hablaba el doctor Olivar del Conde: "tales recorridos constantes, del hogar al trabajo, de la casa al aula, representan en este contexto una generalizada búsqueda de Padre... En algunos casos, estamos ante un notable complejo de Edipo... La ciudad como sujeto evoca constantemente la nostalgia dolida por la Madre, mientras que sus calles y avenidas son el sistema nervioso central de una generalizada ausencia de la figura paterna... La ciudad de en el diván hablará continuamente de su madre, la chingada, la máscara, la morenita del Tepeyac, Mamá, Mami, Jefa... y es tarea inalineable del terapeuta -con pausas, silecios y sólo medidas preguntas- intentar extraerle al sujeto la médula esencial de su neurosis... habremos entonces de conducirnos como Cicerones del Inconsiente, dejando que aflore la dicotomía colectiva... que salga como saliva todo ese odio al Padre, al ultrajador, al conquistador, borracho, golpeador que la ciudad como sujeto no lograba conciliar al lado de su Madre... Es una búsqueda constante, del trabajo al hogar, desde las aulas hasta las casas, entre fábricas y francachelas... ¿cómo puede ser que la santa Madre que somos llevó en su vientre el apellido y herencia del santo padre que hemos de negar?... Apuntemos para una proxima disquisición el discreto y desconocido papel que tiene la figura de San José en los evangelios y recuerdenme exponer- a su debido tiempo- una continuación posible al pensamiento de Octavio Paz, expuesto en el laberinto de nuestra soledad... Concentrémonos por ahora en la búsqueda continua del Padre... la orfandad colectiva que reniega del apellido... la desesperación ausente... la angustia consuetudinaria ante el nido semi-vacío, en el contexto innegable de una constante vuelta al útero, al enterno regreso... fijemos la tención en el ser ciudadano como espejo de la ciudad misma: evocativa de su ancestral cuadrícula prehispánica, hija de lagos, sobre-vivientes en aguas, que encara la constante amenza de sus sequías con el conflicto también ancestral de haberse poblado sobre un demero renacentista... precisemos el trauma de haber sido ciudad-imperio de altos templos impresionantes, y la cíclica destrucción horizontalizadora. Forma geométrica idónea de todo lo que se desprende del verbo chingar. Analicemos entonces el decurso desgarrador de todos los días: la ciudad como sujeto y el sujeto multitudinario de sus habitantes en una constante búsqueda por precisarnos el apellido, la personalidad, la carga heredada de las culpas, la transmisión generacional del inconsciente... sequiremos encontonces, en próxima sesión, con el entrelazamiento abismla de la amnesia como contagio cómodo de sobreviviencia, la propensión autodestrcutiva, la ecolalia urbana como antídoto ante tantos siglos de silencio... el autismo visceral -de viajeros del metro, tanto como del asfalto en sí- y las recurrentes crisis nerviosas... obesidad colectiva y al tiempo, bulimia compartida... y recuérdenme especificar las implicaciones de este inmenso cuadro clínico en el tema concreto de nuestra muy confundida sexualidad urbana... el tema de la Ciudad como Andrógino... la bisexualidad de nuestras inclinaciones arquitectónicas... ¿Por qué insistimos en festejar triunfos futbolísticos al pie de lo que llamamos "El Ángel" cuando está claramente a la vista de todos que se trata de "una Ángela"... y de aquí, ponderar la importancia urbana y existencial que tiene para todos los habitantes el peso mamario, las glándulas alimenticias y su correlación estética, por ejemplo, con ramificaciones precisas hacia la cultura del mercado ambulante o la misma Central de Abastos... por ejemplo".

De aquí la importancia para estos párrafos de que, si bien el doctor Olivar del Conde se puede concentrar en sus disquisiciones y aislar de su persepción el perfil, nombre y media diliación de sus alumnos, a la doctora del Carmen le consta que durante el largo semestre de la cátedra "La ciudad en el diván" Ángel Anáhuac asistió de manera puntual a esas clases, concentrado en la diminuta letra con la que llenaba no uno sino incluso dos cuadernos atiborrados de conclusiones, interpretaciones y vocaciones propias, aunque se sabe que no copiaba o transcribía textualmente los parlamentos de Olivar del Conde.




lunes, 1 de febrero de 2010

Apretando el botón.

Apretando el botón
Por: Fastame

Cierta noche de invierno, él se disponía a platicar con élla, solos los dos, en una nocturna calidez de clima frío. Él se preocupa por verse bien, por que nada le falta a élla. De un momento a otro éllos vivirán una experiencia sin igual. Élla miraba con malicia a su víctima, él sólo se deja llevar por aquella maldad. Mensajes sin palabras, miradas cruzadas... el perfecto entendimiento. Él comenzó besándole una mano y a élla se le hizo muy tierno. Élla tomó su rostro y lentamente lo acercó al suyo, él entendió el mensaje y la besó con amor. Pronto, élla decidió que él será genial... ¿genial para qué?

De un momento a otro, él comenzó a besar su cuello, y sus manos se deslizaban por su espalda. Élla sólo miraba al techo y se dejaba llevar por las sensaciones encontradas. Él la llevó al sofá, y la recostó con mucha delicadeza, él la abrazaba... la besaba. Élla tomaba los cabellos de él con sus manos, con pasión, con placer... ¿placer?. Él con un movimiento lento, placentero, desprendió de sus prendas a élla. Élla, motivada por un no se qué, le quitó sus vestiduras. Éllos se acariciaban, disfrutaban, continuaban. Aún nadie sabe con exactitud que sucedió, pero susurran las aves que sobre volaban la zona y miraban asombrados hacia la ventana, que el rostro de élla mutó, a un rostro muy malvado. Malvado... malvado... ¿Malvado?. Con gran rapidez élla tomó la iniciativa... ¿qué iniciativa?. Él no supo que hacer, y por temor, dejo que la fiera (apenas descubierta) hiciera lo que quisiera, sin más. Él quizá sintió más que miedo, placer por sólo dejarse llevar, por los deseos bestiales de élla. Élla colocó su sexo sobre el de él y comenzó un acto sin igual. Cuentan las hormigas que jamás habían conocido a un par de humanos tan energicos, las arañas dan testimonio de un tiempo tan extenso, donde se destilaba el licor de la pasión y la perversión.

Cuando élla llegaba a su climax, tomó como prisionero a él. Él no supo que hacer, y simplemente murió con élla. ¡Qué show! exclamaban los mosquitos. Cuando élla hubo terminado todo acto, sólo se limitó a tomar sus prendas, él permanecía acostado... agotado. ¿Agotado?. Lo más complicado fué decir adiós, pero tomaron la decisión de que ambos cerrarían el msn al mismo tiempo. Se quitó la imagen proyectada por la cámara web del otro en sus respectivos monitores, apagaron los ordenadores, se vistieron y continuaron con sus vidas taciturnas.